Una célula fotovoltaica o, también llamada celda fotoeléctrica, fotocélula o celdas solares, es un dispositivo que se encarga de convertir la energía que procede de los rayos del sol en electricidad mediante el efecto fotovoltaico. Es por esto último por lo que recibe este nombre.
Este tipo de celdas nacieron en el año 1839, cuando el físico francés Alexandre-Edmon Becquerel empezó a estudiar la energía solar y la electricidad entre otros campos relacionados. Fue entonces cuando se descubrió que la energía lumínica del sol puede ser almacenada y aportar electricidad mediante un aparato.
Ahora bien, ¿Cómo funciona una célula o celda fotovoltaica? Su funcionamiento es muy sencillo. La luz solar cae sobre este dispositivo y es absorbida por los materiales semiconductores que hay en él, como son el silicio. Este almacena la luz y la expulsa cuando se conecta a otro circuito.
El tipo de corriente eléctrica que ofrecen las celdas fotovoltaicas es de corriente continua. Esta es la que tiene un flujo de corriente entre dos puntos de manera continuada, que no cambia de sentido en ninguna circunstancia. De este modo, las corrientes circulan siempre en la misma dirección.
Una célula fotovoltaica está compuesta de una red de celdas solares conectadas a un circuito que aumenta la tensión eléctrica en su salida. Estas, a su vez, se conectan a un circuito paralelo que aumenta la corriente y proporciona electricidad a otro dispositivo.
Las células fotovoltaicas se pueden encontrar muchas veces solas en calculadoras o lámparas de jardín, por ejemplo. También se pueden hallar en paneles fotovoltaicos, que almacenan la luz solar y producen energía eléctrica a gran escala.
Por otro lado, podemos encontrar células fotovoltaicas en baterías o en dispositivos que actúan en el exterior como los semáforos, los parquímetros, los satélites, etc.
El funcionamiento de una célula fotovoltaica se basa en la utilización de la luz del sol para generar energía eléctrica. Para lograrlo, lleva a cabo un proceso sencillo compuesto por cuatro fases.
Este proceso es fundamental para que las células fotovoltaicas que forman parte de los paneles solares contribuyan a la aportación de electricidad a viviendas, edificios o grandes infraestructuras. A partir de ahí, la batería o el acumulador, son elementos que están presentes en estos sistemas de generación de energía.
En estos momentos se usan tres grandes tipos de células fotovoltaicas. Cada uno de ellos tiene sus propias características y se amoldan a las necesidades energéticas de los consumidores.
Una única célula fotovoltaica es capaz de aportar entre 0,5 y 0,6 voltios. Aparentemente, se trata de una cifra baja, pero normalmente estas células están ubicadas en un panel solar en el que están interconectadas con otras muchas células. Por lo tanto, son capaces de generar voltajes mucho más altos.
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