Siempre hablamos de que el principal responsable de la contaminación atmosférica es el ser humano. Sin embargo, seguro que has oído que la culpa es de las vacas cuando hacemos referencia a la liberación de gas metano en el medio ambiente, uno de los más perjudiciales que existen.
En este post vamos a tratar de aclarar cuánta verdad hay en eso de que las vacas contaminan y analizaremos las verdaderas causas de que las flatulencias vacunas sean una fuente tan dañina para el planeta.
Como bien sabrás, existen muchos procesos naturales que emiten gases de efecto invernadero. Uno de ellos proviene de las flatulencias de las vacas y el metano que expulsan. Pero, en realidad, la culpa no es suya. El ser humano es el responsable, pues está detrás de la ganadería intensiva.
Las vacas emiten metano a la atmósfera debido a la fermentación entérica que llevan a cabo las bacterias en el proceso de digestión. Los animales no son fuentes de emisión de gases por sí mismos, sino dado el alto número de ejemplares que existen dada la creciente demanda de carne.
En ese sentido, la industria cárnica intensiva no solo causa contaminación ganadera a través de las vacas, sino también a través de sus sistemas de crianza y de todo el proceso hasta que la carne llega al consumidor. Estos provocan contaminación, deterioro del suelo, pérdida de biodiversidad, etc.

En total, la ganadería bovina contribuye aproximadamente al 10% del calentamiento global. Solo la mitad de esa cifra es achacable directamente a las vacas.
Una vaca puede llegar a producir unos 300 litros de metano al día y entre 70 y 120 kilos de metano al año, según la FAO y otros estudios especializados. Estas emisiones, aunque parecen pequeñas en cooperación con el CO₂, son mucho más dañinas.
En términos generales, una vaca emite entre 500 y 800 gramos de metano al día, lo que equivale a unos 14 a 22 kg de “CO₂ equivalente” (CO₂e). Si multiplicamos esta cifra por la cantidad de vacas en el mundo (más de 1.500 millones), el impacto global se vuelve evidente.

Las vacas lecheras suelen emitir más metano que las de carne porque su dieta es rica en forrajes fermentables y su metabolismo trabaja de manera más constante. Las vacas de carne, en cambio, emiten algo menos.
Independientemente de ello, su impacto ambiental aumenta cuando proceden de macro-granjas o sistemas de engorde intensivo.
Dicen que en todo el mundo hay más de mil millones y medio de vacas y que son las mayores productoras de metano del planeta, pero sus flatulencias contienen también otros gases contaminantes que contribuyen igualmente al efecto invernadero de la ganadería.
Además, se estima que su crecimiento continúe aumentando, lo que significa que la emisión de gases contaminantes alcanzará niveles realmente preocupantes en pocos años.

Una cierta cantidad de metano en la atmósfera es normal (e incluso buena), pero en exceso retiene demasiado calor y engrosa las capas de gases de efecto invernadero. De tal forma, pueden contribuir al calentamiento global, con todas sus consecuencias negativas.
Según la FAO, la ganadería es responsable del 14,5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, una cifra superior a la del sector del transporte. Esto significa que, de manera global, las vacas contaminan más que los automóviles.
Pero, importante: hay que matizar. Las vacas no son las culpables directas, sino el modelo de producción intensiva que las multiplica artificialmente para satisfacer la demanda de carne y lácteos.
Los rumiantes (vacas, ovejas y cabras) son los animales que más metano emiten debido a su digestión. En comparación, los cerdos y las aves de corral generan emisiones mucho menores, principalmente de óxidos de nitrógeno y CO₂.
Por tanto, la ganadería bovina es la que más contribuye al efecto invernadero. Esto sucede no solo por el metano, sino también por el uso del suelo, el agua y la deforestación asociada a la producción de piensos.
En el interior del aparato digestivo de las vacas, los microbios fermentan el alimento que consumen y liberan metano. Ese se elimina en forma de flatulencias o eructos. Se trata de un gas muy potente: una tonelada de metano calienta la atmósfera tanto como 28 toneladas de CO₂.
Cada año, según la FAO, todas las vacas del planeta liberan alrededor de 100 millones de toneladas de metano, lo que equivale a 2.500 millones de toneladas de CO₂. A ello hay que añadir el impacto ambiental del sistema: fertilizantes, transporte, deforestación y uso intensivo del agua.
Hay varias formas de reducir la contaminación por metano sin eliminar completamente la carne o los lácteos de nuestra dieta. Algunas pasan por innovaciones en la alimentación animal, como el uso de algas que reducen la fermentación entérica y las tecnologías de ganadería inteligente (smart farming).
Aunque parezca que está fuera de nuestras manos, las decisiones de consumo individual cuentan. Algunas medidas sencillas son:
Apostar por tecnologías eficientes y sostenibles en toda la cadena de producción.

La reducción del metano y otros gases contaminantes es parte del objetivo global de descarbonizar la economía para 2050, con la vista puesta en un sistema alimentario más justo, sostenible y respetuoso con el planeta.
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