La transición energética ya no es solo una meta institucional o un tema técnico a conseguir. Hoy está al alcance de nuestras manos, literalmente. Cada vez más personas deciden crear una comunidad energética en su barrio o edificio, y hoy te enseñamos cómo puedes hacerlo paso a paso.
Gracias a esta posibilidad, recientemente han nacido las comunidades energéticas, una herramienta poderosa para transformar nuestros barrios y edificios en espacios más sostenibles, resilientes y solidarios.
Estos colectivos permiten que vecinas y vecinos compartan los beneficios de la energía limpia, generada de manera local, gestionada de forma democrática y consumida de forma consciente.
Podrían sugerirse los pasos para impulsar una comunidad energética en colaboración con los vecinos, ya sea en tu edificio o barrio. Con un poco de organización, voluntad colectiva y apoyo institucional, es más que posible.
Una comunidad energética es un grupo de personas –ya sean vecinos, asociaciones, pymes o incluso administraciones públicas— que se organizan para producir, gestionar y consumir energía renovable de manera compartida.
No se trata solo de instalar paneles solares: es un modelo participativo que pone a las personas en el centro de la generación y consumo eléctricos.
Hay dos modelos principales: comunidades privadas (integradas por residentes o empresas en una radio de hasta 2 km y que compartan infraestructuras energéticas) y municipales (impulsadas en colaboración con ayuntamientos o entidades locales).
Además de ser una alternativa limpia y eficiente, las comunidades energéticas reducen la dependencia de grandes compañías eléctricas, disminuyen la factura de la luz y fortalecen el tejido social local.
Crear un colectivo como tal no solo es bueno para el planeta, también genera impactos sociales y económicos positivos. Este tipo de proyectos pueden contribuir directamente a detener la crisis climática, al reducir las emisiones de CO2.
También, permiten una gestión democrática de la energía, donde todos los miembros tienen voz y voto. Estos grupos combaten la pobreza energética al ofrecer energía limpia a precios más asequibles.
Igualmente refuerzan la economía local al impulsar una red de producción y consumo cercana y sostenible y fomentan la creación de comunidades resilientes: capaces de adaptarse a los retos venideros.
Impulsar una comunidad energética también es una forma de recuperar el control sobre algo tan esencial como la energía. Nos permite dejar de ser simples consumidores para convertirnos en agentes activos del cambio.
No solo producimos energía, también producimos comunidad, conocimiento y autonomía. En este modelo, cada persona cuenta, cada decisión es compartida, y cada kilovatio generado tiene un impacto directo en nuestras vidas y entorno.
Además, estas iniciativas pueden adaptarse a contextos muy diversos: desde bloques de pisos urbanos hasta pueblos rurales, pasando por cooperativas agrícolas, centros educativos o asociaciones de barrio.
La clave está en encontrar un modelo que responda a las necesidades del grupo y aproveche al máximo los recursos locales. No hay una única fórmula, pero sí una convicción común: la energía del futuro es colaborativa, cercana y renovable.
Hay una hoja de ruta clara para hacer realidad una red vecinal de autoconsumo. Todo comienza con un pequeño grupo de personas comprometidas; puedes buscar aliados en tu comunidad de vecinos, redes sociales o foros locales. Éste debe ser flexible, diverso y con objetivos comunes.
Es importante, también, considerar que para operar legalmente y optar a ayudas públicas se necesita de una figura jurídica. Ésta puede ser una cooperativa, asociación, fundación o sociedad limitada. Tal estructura puede permitir firmar contratos, recibir fondos y definir los roles dentro del grupo.
Para semejante respaldo, los gobiernos locales pueden ser grandes aliados. Muchos municipios están impulsando comunidades energéticas en colaboración con sus vecinos. Si el ayuntamiento se involucra, podrías acceder a instalaciones públicas, apoyo técnico y subvenciones.
Una vez elegida la energía deseada –la más habitual es la solar fotovoltaica—habría que gestionar permisos y trámites administrativos. Habría que cumplir con la normativa local y registrar legalmente la comunidad energética. Se recomienda contar con asesoría profesional.
Finalmente, es importante considerar que se necesita de una financiación, la cual puede obtenerse con una inversión colectiva, subvenciones públicas, donaciones o préstamos. También, hay que contemplar que –como en todo proceso colectivo—surgirán retos: diferencias de opinión, obstáculos y tiempos de espera.
Formar parte de una comunidad energética es mucho más que ahorrar en la factura de la luz. Es dar un paso hacia un modelo energético justo, participativo y ecológico, donde las decisiones no vienen impuestas por grandes corporaciones, sino construidas entre vecinos y aliados locales.
Además, demuestra que sí es posible cambiar el sistema desde abajo, con pequeños pasos y grandes convicciones. Cada tejado, cada edificio y cada barrio puede convertirse en una pieza clave de la transición energética. Solo se necesita organización, voluntad y un poco de sol.
Las comunidades energéticas también promueven la educación ambiental y la conciencia colectiva. A través de talleres, encuentros vecinales o proyectos escolares, se fomenta el aprendizaje sobre energías renovables, eficiencia energética y sostenibilidad.
Esto fortalece la implicación de todos los miembros, incluyendo niños, jóvenes y personas mayores, y refuerza el sentido de pertenencia al proyecto. Además, al construir redes de apoyo y colaboración, se tejen lazos más sólidos entre quienes comparten un mismo espacio, fomentando la confianza y la solidaridad.
De esta manera, el cambio de modelo energético se convierte en una experiencia transformadora, que no solo cambia la forma de consumir energía, sino también de vivir juntos. ¿Te animas a empezar la transformación desde tu propia comunidad?
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